...Altazor morirás Se secará tu voz y serás
invisible
La Tierra seguirá girando sobre su órbita precisa
Temerosa de un traspié como el equilibrista sobre
el alambre que ata las miradas del pavor.
En vano buscas ojo enloquecido
No hay puerta de salida y el viento desplaza los
planetas
Piensas que no importa caer eternamente si se
logra escapar
¿No ves que vas cayendo ya?
Limpia tu cabeza de prejuicio y moral
Y si queriendo alzarte nada has alcanzado
Déjate caer sin parar tu caída sin miedo al fondo
de la sombra
Sin miedo al enigma de ti mismo
Acaso encuentres una luz sin noche
Perdida en las grietas de los precipicios...
Vicente Huidobro
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La naranja
Al igual que la esponja, la naranja busca recuperar su compostura tras pasar por la prueba de haber sido estrujada. Pero si bien la esponja lo consigue siempre, la naranja jamás, porque sus células ya estallaron, sus tejidos están ya desgarrados. Mientras externamente va de a poco recobrando su forma gracias a su elasticidad, se ha derramado un líquido de ámbar, acompañado de un frescor y de perfumes suaves, es verdad, pero también muchas veces de la amarga conciencia de que han sido expulsadas antes de tiempo sus pepitas.
¿Hay que tomar partido entre estas dos maneras de soportar la opresión? La esponja es puro músculo, y se llena de viento, del agua limpia o sucia, según el caso, y esta gimnasia es innoble. La naranja es más refinada, pero demasiado pasiva -y ese fragante sacrificio… es en verdad hacerle las cosas muy fáciles al opresor.
Pero no es suficiente para hablar de la naranja con haber recordado su manera específica de perfumar el aire regocijando a su verdugo. Es necesario destacar también el tono glorioso del consiguiente líquido que, mejor que el jugo del limón, obliga a la laringe a abrirse con generosidad para decir la palabra y para tomarlo, sin muecas aprensivas, sin rispidez en las papilas gustativas.
Y uno se queda sin palabras para contar la admiración que despierta la envoltura de la tierna, frágil y rosada esfera en este espeso papel secante húmedo en donde la epidermis extremadamente fina pero muy pigmentada, hirientemente sápida, tiene el punto justo de rugosidad que permite retener dignamente la luz sobre la forma perfecta de la fruta.
Pero al final de un estudio demasiado breve, hecho lo más rotundamente posible, es necesario ir al grano: la semilla, parecida a un minúsculo limón, tiene el color de la madera blanca del limonero, y por dentro es de un verde de arveja o de brote nuevo. Y allí se puede reencontrar, después de la explosión sensacional del farol veneciano de sabores, colores y perfumes que es la esfera frutada en sí misma, la relativa dureza y el verde (no desprovisto por cierto de sabor) de la madera, de la rama y la hoja: un resumen pequeño pero que ciertamente es la razón de existir de la fruta.
Francis Ponge
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Ausencia
Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
Jorege Luis Borges
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Mito
mito mío acorde de luna sin piyamas aunque me hundas tus psíquicas espinas mujer pescada poco antes de la muerte aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto todos los accidentes de tu topografía mientras declino en cualquier tiempo tus titilaciones más secretas al precipitarte entre relámpagos en los tubos de ensayo de mis venas.
Oliverio Girondo
(de "En la Masmedula")
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Desayuno
Echó el café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo removió
Bebió el café con leche
Dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo aros
Con el humo
Echó la ceniza
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se levantó
Se puso
El sombrero
Se puso
La capa de lluvia
Porque llovía
Y se fue
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo tomé
Mi rostro entre las manos
Y lloré
Jacques Prevert (de ‘Paroles', Editions du Point du Jour, Paris 1945). Tomado de http://www.lucernario.org/
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